Durante 15 días los peregrinos de Santa Clara Berkeley USA caminaron desde Loyola a Manresa y desde allí volaron a Roma, donde encontraron al P. Sosa, General de la Compañía de Jesús.
La peregrinación del Camino Ignaciano es un encuentro personal y comunitario con Dios a través del marco de Ignacio de Loyola, el peregrino. Me uní a esta aventura junto con otros 14 estudiantes y docentes de la Escuela Jesuita de Teología de la Universidad de Santa Clara en el campus de Berkeley. Estudiamos, leímos y nos preparamos durante meses antes de nuestra peregrinación. Nuestra preparación física, académica y espiritual fue más que solo la logística y los fundamentos de cómo llevarse bien: nos llevó a una conexión más profunda con uno mismo, con los demás y con Dios a través de la mirada y la experiencia de Ignacio. Una vez me preguntaron si recomendaría este Camino Ignaciano y lo que una persona debería esperar de él; ahora creo que tengo una respuesta.
No es una pregunta fácil de responder porque tiene muchas dimensiones. Sin embargo, algunos aspectos fundamentales para la experiencia misma podrían ser estos.
“La vida cristiana es una peregrinación de la tierra al cielo, y nuestra tarea es llevar a tantos como sea posible con nosotros a medida que hacemos este viaje”, dijo Warren Wiersbe. Desde el comienzo de nuestra preparación, estaba claro que este viaje no estaba orientado a la experiencia individual. El Camino se hace de manera personal, por supuesto, pero somos interdependientes los unos de los otros. Esta cita de W. Wiersbe lo ilustra perfectamente. La clave es, por lo tanto, “tomar el mayor número posible de compañeros” y no está abierto a la interpretación. En la peregrinación estamos invitados a llevar a cada uno de los miembros de nuestra familia y amigos con nosotros, así como a los que nos pidieron que oremos. Tomamos a muchos en nuestras oraciones, así como en nuestros pensamientos y en nuestro corazón. Cada uno de nosotros tomó diferentes intenciones, diferentes dolores, alegrías y tristezas en este viaje y los llevamos tanto como necesitaban ser llevados. A algunas las dejamos temprano en el viaje. A algunas las llevamos hasta el final. No había límites o expectativas tanto en lo que se refiere al tiempo dedicado a nuestra oración como el método. Lo mejor de todo fue que nadie lo hizo por su bien personal. Todos lo hacemos en última instancia porque Dios ha puesto en nosotros el deseo de buscarlo en el camino, en la caminata, en la peregrinación, en el sufrimiento de nuestras largas caminatas y charlas, y también en la admiración y contemplación de su creación.
Caminamos como Ignacio lo hizo. Comimos quizás el mismo pan con jamón y el típico café con leche, pero el trabajo único de Dios con nosotros fue especial y se adaptó a nosotros. Él hizo por mí lo que más necesitaba. Dios se manifestó en la obra de arte que vimos: su creación y la belleza de un nuevo día; bendijo nuestra conversación matutina diaria y, lo que es más importante, nos sanó y tocó cuando todos lo necesitábamos en su propio tiempo y espacio. La peregrinación abarca no solo el caminar y el compañerismo, sino también visitar y pasar por los mismos lugares por los que pasó Ignacio. Permitimos que esos lugares sagrados nos hablasen. La gracia de la peregrinación es estar abierto a ser tocado cuando menos lo esperas. Fue bueno reconocer a Dios cuando lo busqué, pero mejor aún encontrarlo cuando Él vio que le necesitaba más.
Si estás pensando en hacer esta peregrinación, te invito a dejar tu agenda atrás. Lo único que necesitas es un corazón abierto y dispuesto a ser tocado, una mente confiada y un buen par de botas.
Alejandro Báez, S.J., Summer Pilgrim 2017. + ADMG