Gran experiencia la de la peregrinación de Loyola hasta la Cova de Sant Ignasi.
El camino ha sido duro, partiendo desde los montes guipuzcoanos, pasando por los valles alaveses, siguiendo el curso del Ebro, el desierto de los Monegros, los frutales de Lleida, la grandiosa Montserrat y hasta la ansiada Cova. Pero ha merecido la pena realizar tan peculiar peregrinación.
Una peregrinación como las de antes, de las de verdad.
El camino carece de muchas cosas. Es habitual que la ruta no esté señalizada como sí lo está el Camino de Santiago. Ni está tan saturado de peregrinos, no abundan los albergues ni las tiendas donde poder abastecerse de alimentos.
En muchos momentos el ánimo decae y deseas volver al hogar debido a la incertidumbre y soledad del camino.
Pero gracias ése algo, esa fuerza interior y el saber que en el fondo sí que hay alguien que te acompaña y no te va a dejar solo, sigues hacia adelante.
Despreocupándote por las múltiples dolencias que acarreas desde tan atrás y que puedas padecer a lo largo de todo el camino. Sigues y sigues y sigues hacia adelante…
Veintisiete días de mágica experiencia, en los que sientes cada uno de los pasos, cada respiración, cada latido del corazón… y con un agradable final, dado que el camino termina ni más ni menos en la mismísima Cova de Sant Ignasi.
Meta en la que el propio San Ignacio finalizo su camino y comenzó otro más importante.
No hay mejor final.
Saludos a todas aquellas personas que hicieron posible que finalizara mi caminata gracias a sus consejos, apoyo y ayuda.
Y saludos también a los que lo habéis hecho y mucho animo a los que tenéis pensado hacerlo.
Gracias a todos.
Ignacio Nicolás Medinilla Urdalleta